A vueltas con ellas y el deseo
El deseo sexual, y especialmente, el deseo en la mujer es un tema recurrente, tanto en contextos formales como informales. Todo el mundo sabe de esto, ya me entendéis, menos nosotras, quiero decir…
Se habla del deseo en las mujeres prácticamente como un ente, la espada que aspiramos conseguir extraer de la piedra, cuando muchas veces, la respuesta a por qué disminuye, por qué no aparece, la tenemos delante de nuestras narices (partiendo de que la persona perciba que esto ES PROBLEMÁTICO). Pero no la vemos.
En cuanto al deseo referido a situaciones específicas, no sería nada descabellado decir que, para empezar, habitualmente confundimos deseo con excitación, lo cual no es un buen comienzo. No sería una exageración afirmar que hoy día, lubricación (interpretada como la representante principal de la excitación) y deseo se consideran sinónimos (a pesar de que existan otros motivos por los cuales se dé la misma más allá de la excitación), hecho que en una sociedad que se mueve mayoritariamente por ‘debes’ y no por ‘¿quieres?’, puede llevar a situaciones donde, una vez más, se cuestione nuestra voz y voto sobre aquello que DESEAMOS o no, hacer. Cuando se confunde lo fisiológico (excitación) con lo subjetivo (deseo) las fronteras entre el consentimiento y el propio deseo, ya muchas veces de por sí difusas en el imaginario social, pueden invisibilizarse aún más, llegando a confundirse. Nuestros cuerpos pueden mostrar signos de excitación, de manera refleja, sin que estos vayan en la línea de lo que en ese momento realmente deseamos hacer. Puede existir deseo sin excitación, y excitación sin deseo… ¿qué nadie nos ha explicado esto jamás? Seguramente. Pero esta es la realidad, y debemos dejar de dar por sentado que todos los cuerpos reaccionan del mismo modo ante los mismos estímulos, y más aún cuando hablamos del terreno de la erótica, tan diverso, tan personal.
Por otro lado, y desde una visión más genérica del concepto deseo, ¿dónde se supone que se sitúa la línea divisoria entre deseo ‘bajo’ y deseo ‘normal’? ¿Cuál es la ‘cantidad’ de deseo que se supone que debemos sentir? ¿Deseo y penetración son conceptos que deben ir unidos? ¿Se nos impone una ‘tasa’ de deseo aceptable, especialmente a las mujeres?
A lo largo de la historia nos hemos movido en un continuo muy delicado entre dos mares: la frígida y la promiscua. La guarra y la amargada. Hoy día, parece que las tornas han cambiado y si no somos lo suficientemente ‘sexuales’ (deseantes, ardientes) se nos cubre con un halo de paternalismo y se nos cuelga la etiqueta de ¿reprimidas?… ¿Cómo se supone que debemos actuar cuando socialmente se nos manda un mensaje llamando a la acción, pero en muchas ocasiones en nuestra intimidad, se castigan las actitudes proactivas o no-asociadas-a-lo-que se-supone-que-es-la-sexualidad-‘femenina’?
El deseo está en el punto de mira, y en ocasiones, nuestro propio deseo es el objetivo a analizar y ‘reparar’, pero de cara a beneficiar a quien comparte nuestra erótica. Un ejemplo especialmente característico suele surgir tras la experiencia del parto: ¿nos hemos parado a reflexionar en alguna ocasión, cómo una de las principales preocupaciones en el post-parto es recuperar cuanto antes la ‘actividad sexual’ (con todo lo horriblemente mecanizado que ese concepto suena). ¿Se tienen en cuenta aquí todos los factores a nivel genérico? ¿Hormonales, emocionales? ¿Hemos pensado que si las mujeres se ‘presionan’ para volver a sentir ese deseo (lo cual es ya una contradicción en sí) es en muchas ocasiones debido a la necesidad de ‘cumplir’ con lo que se supone que se espera de ellas? Démosle una vuelta.
Otro claro ejemplo es encontrarnos con mujeres que acuden a terapia psicosexológica aludiendo a ‘problemas de deseo’, cuando en realidad la problemática viene generada por la insatisfacción en cuanto a la frecuencia de encuentros eróticos por parte de la pareja, que habitualmente suele ir acompañada de presiones y culpabilización, agudizando aún más las dificultades (estrés y presión = grandes enemigos del deseo). Y cuidado, no caigamos en el error de asumir que en toda ocasión esa problemática viene derivada de una ‘disminución’, sino que podemos estar hablando de un nivel de deseo desigual de base (con el que cada parte se siente satisfecha).
Por otro lado, la vida y el ritmo frenético actual, especialmente si hablamos de Occidente, no son ni de lejos grandes aliados de nuestro deseo. El deseo no se debe dar por sentado, debe regarse, debe entrenarse, debe cuidarse. ¿Pero el día a día, objetivamente, nos permite este lujo? ¿Cómo es posible tener deseo si trabajo innumerables horas diariamente? ¿Si compagino mi vida laboral con mis estudios? ¿Si me encuentro inmersa en un contexto de pandemia que ha vuelto mi futuro absolutamente incierto? ¿Si la carga mental ocupa gran parte de mi día (y de mis noches)? ¿Si no me considero digna de ser considerada atractiva o deseable por otra persona en comparación con los modelos corporales a los que me expongo continuamente? ¿Si mi pareja(s) me hace sentir culpable si no hay encuentros eróticos con una frecuencia determinada? ¿Si se recetan anticonceptivos con más que probados efectos secundarios sobre el deseo como si fuesen caramelos, y en muchas ocasiones sin informarnos de los mismos? Si algo se puede afirmar, es que no nos lo ponen fácil.
No debemos olvidar también que, sin que sea nada especialmente sorprendente, los mitos del amor romántico pueden afectar, y afectan, a nuestro concepto de erótica individual y compartida, y por extensión, a ese deseo que ‘debería’ estar presente de manera inequívoca y continuada. Ese anhelo de estar con la otra persona, de estar receptiva a tener encuentros eróticos y/o de buscarlos, ¿es un camino sin fin? ¿Una línea recta y uniforme? La creencia de que la pasión es incombustible e inherente a la vida en pareja (y la equiparación de la disminución del deseo -y normalmente por extensión, de los encuentros-) sin que sea necesario trabajar para que la ‘llama’ siga encendida, es habitual aún hoy día. Tendemos a mitificar los vínculos amorosos y depositamos nuestras esperanzas en ellos, pero el deseo es un compañero exigente, y si no le proporcionamos estímulos con los que ‘trabajar’, es muy probable que poco a poco vaya abandonándonos. Es indudable que esta cuestión, además de ir ligada a esa concepción de amor=pasión, está afectado igualmente por el ritmo de vida actual, tal y como se ha mencionado.
No debemos dejarnos llevar por ciertas ‘trampas’ cuando nos referimos al concepto de deseo:
-Lo primordial será la calidad, y no la cantidad. No hay un nivel de deseo ‘normal’ o ‘adecuado’; aquel con el que nos sintamos conformes y que encaje con nuestra manera de vivir nuestra sexualidad será el adecuado (de cara a nuestra propia experiencia y vivencias).
-No necesariamente se concibe el deseo como ‘ganas’ de tener encuentros eróticos. Debemos tener presente que el modelo de sexualidad imperante (el asignado tradicionalmente a lo ‘masculino’), es coitocéntrico, genitalizado, orgásmico. No se otorga gran protagonismo a las sensaciones, no se concibe que exista ese deseo y que no se desencadenen tras de él toda una serie de respuestas que tengan como final una relación sexual con penetración (erótica finalista, en lugar de erótica tipo ‘paseo’).
Como vemos, se ha tendido a simplificar el deseo como simplemente esas ‘ganas’ en un continuo dicotómico: se tienen o no se tienen, punto. Sin embargo, estudios como el de Rosemary Basson (2000) han arrojado luz sobre la mayor complejidad del deseo, hablándonos de dos posibles maneras de experimentar el mismo, dos tipologías:
El deseo tipo 1, más asociado a la fase de enamoramiento, a esa pasión que se mencionaba anteriormente, que surge de manera más espontánea y que ‘llama a la acción’, o que, en otras palabras, hace que busquemos ‘satisfacer’ esas ‘ganas’ a raíz de un estímulo concreto; y el deseo tipo 2, con un cariz más ‘reactivo’, surgiendo a partir de la estimulación placentera esta sensación ‘deseante’. Masson halló una predominancia del deseo tipo 1 en las mujeres de su muestra, más asociado a la fase inicial de la relación de pareja, y del tipo 2 cuando la relación ya se había ‘asentado’ (digamos ‘temporal’ y ‘emocionalmente). ¿Quiere esto decir que estemos hablando de un patrón fijo? No. ¿Es una generalización? Sí. ¿Muchas mujeres se sentirán identificadas? Probablemente. Lo que Masson nos explica aquí es que el deseo es igualmente válido (¿acaso podría ser de otra forma’?) si surge de manera que la persona lo perciba como espontáneo o si surge a raíz de que un determinado estímulo placentero lo ‘despierte’, por decirlo de alguna forma (a pesar de que estas variaciones en el deseo podrán experimentarse tanto en hombres como en mujeres). ¿Qué ocurre aquí? Que en muchas ocasiones, y debido a nuestra socialización de género, el tener la iniciativa no forma parte de nuestro repertorio conductual en cuanto a lo que a la erótica se refiere, o nos supone un gran coste de respuesta el exponernos a un posible rechazo o directamente a la anticipación de que eso pueda producirse, sumado a otro tipo de verbalizaciones encubiertas ligadas a la posible opinión negativa de la otra persona al tomar un papel más activo, nuestras propias reglas vinculadas a la erótica…
Es urgente que bajemos del pedestal a la espontaneidad. ¿Si mis ‘ganas’ (¿de qué?) surgen a raíz de la iniciativa de la otra persona son menos válidas? El concepto que albergamos de deseo también es aprendido, no nos olvidemos de esto: de cómo debe ser, de cómo debe manifestarse y expresarse, de a qué debe dar o no lugar.
En definitiva, y aunque algunos de los aspectos mencionados aquí no son aplicables exclusivamente a las mujeres, es importante resaltar el papel del aprendizaje social en cómo aprendemos, vivimos e interpretamos la erótica, siempre teniendo en cuenta las variaciones derivadas de nuestra propia historia de aprendizaje, pero siendo conscientes de determinadas variables que nos afectan a toda la población de manera conjunta, y al colectivo de mujeres de manera específica, influyendo en su imaginario sexual por cuestiones de género.
Referencias
Basson, R. (2000). The female sexual response: A different model. Journal of Sex & Marital Therapy, 26(1), 51-65.
Cabello, F. (2010). Manual de sexología y terapia sexual. Síntesis.
Kaplan, H. (1986). La nueva terapia sexual. Alianza.
Otero, M. y Santacruz, D. (2019). La consulta sexológica. Síntesis.
Nerea Rodríguez González
Apasionada del estudio de la conducta e inquieta nata, soy psicóloga general sanitaria y sexóloga en continua formación y aprendizaje. Actualmente trabajo de manera online y presencialmente en Galicia.