Saltar al contenido

¿Por qué caemos en comparaciones?

Las comparaciones son un conjunto de pensamientos que establecen similitudes y diferencias entre distintas características. Con frecuencia, estos se centran en las cualidades o circunstancias de otras personas y nosotros/as mismos/as.

Analizar nuestras características con respecto a los demás nos aporta una sensación subjetiva de control, al percibir que tenemos en cuenta la información disponible (p.ej., cuando nos fijamos en el nivel de experiencia o formación de las personas que se presentan al mismo proceso de selección que nosotros/as, para saber las cualidades de los/as candidatos/as); lo que aumenta la probabilidad de que, en futuras ocasiones, nos comparemos con personas de nuestro entorno.

Compararnos de manera puntual y ajustada puede resultarnos útil en algunas ocasiones. Por ejemplo, si un/a compañero/a de trabajo ha hecho una buena presentación en la reunión de equipo, incluyendo aspectos que yo no había contemplado, pero considero relevantes, puedo tenerlos en cuenta para mi próxima aportación, mejorando la calidad de su contenido.

Sin embargo, cuando las comparaciones son repetitivas y poco objetivas, pueden afectar nuestro estado de ánimo y nuestra autoestima, ya que, en ocasiones, nos “ubicamos” a nosotros/as mismos/as en una posición inferior (p. ej., al considerar que, si no tengo un cuerpo que se ajuste al ideal de belleza, soy “horrible” o “doy asco”).

Asimismo, pueden llegar a alejarnos de nuestros objetivos. Por ejemplo, si creemos que no somos suficientemente atractivos/as para gustar al chico/a que nos llama la atención, y pensamos que se fijará en otra persona, puede que no interactuemos con él/ella para conocerle en mayor medida; o si consideramos que somos menos competentes que nuestros/as compañeros/as de trabajo, quizás no intentemos conseguir el ascenso laboral, al anticipar que les cogerán a ellos/as.

En ese sentido, es importante identificar cuándo nuestras comparaciones no están siendo objetivas para poder ajustarlas y reducir su frecuencia, lo que facilitará que no interfieran en nuestro día a día.

A continuación, se muestran algunas características que pueden ayudar a reconocer comparaciones sesgadas:

  • Atender solo una parte de la información. En numerosas ocasiones, no disponemos de la totalidad de los datos y, de manera errónea, consideramos que la información que tenemos es representativa de la realidad. Por ejemplo, lo que vemos en redes sociales es solo una pequeña parte de la vida de la otra persona, seleccionada de manera deliberada y, en ocasiones, modificada. En este sentido, creer que el/la otro/a dedica todo su tiempo a actividades interesantes (como viajar e ir a restaurantes y no estudiar o hacer tareas del hogar), que siempre es feliz (porque no muestra momentos de malestar) o que su cuerpo es “perfecto” (porque aparece con una postura y luz determinadas), no es ajustado. Además, usualmente nos comparamos con personas poco representativas de la población. Por ejemplo, cuando nos fijamos en el cuerpo de influencers o modelos de Instagram, podemos considerar que la mayoría de personas se ajustan al ideal de belleza social cuando, ciertamente, no es de esta manera. No obstante, incluso cuando contamos con la totalidad de la información, a veces nos centramos únicamente en aspectos específicos, que consideramos positivos en otras personas y negativos en nosotros/as mismos/as. Por ejemplo, al pensar que el trabajo de nuestro/a amigo/a es mucho mejor que el nuestro porque su sueldo es más elevado; pero no tener en cuenta todas las condiciones laborales, en las que, en algunas, “salimos beneficiados” (p. ej., tener más tiempo libre o mejor ambiente de trabajo).
  • Centrarnos en el resultado. Cuando nos comparamos, podemos fijarnos en el logro o la cualidad que apreciamos en la otra persona sin tener en cuenta el proceso que ha llevado a cabo para conseguirlo o los costes que ha tenido para él/ella (que no tienen por qué compensarnos). Por ejemplo, considerar que mi compañero/a es muy inteligente porque ha sacado matrícula en un examen y yo no; sin atender las horas que ha invertido en estudiar (reduciendo el tiempo dedicado a otras cuestiones importantes de su vida), los momentos de ansiedad que ha podido experimentar al no entender el temario o los ejercicios que ha hecho mal hasta saber resolverlos de manera adecuada…
  • No tener en cuenta las circunstancias. Frecuentemente, cuando nos comparamos con otras personas, no apreciamos que nuestro contexto y el contexto del/la otro/a pueden ser diferentes. Por ejemplo, puedo pretender estudiar la oposición las mismas horas que mis compañeros/as de academia, aunque nuestra situación sea distinta (compaginarlo con trabajar o el cuidado de los hijos, contar con un espacio tranquilo que facilite el estudio, estar viviendo un momento personal complicado…). Además, aunque el contexto actual sea similar, nuestra historia de aprendizaje, es decir, nuestras experiencias pasadas, pueden ser muy diferentes. Por ejemplo, aprender a tocar la guitarra puede resultar más sencillo para una persona que sabe tocar otros instrumentos, ya que previamente ha desarrollado destrezas similares; aunque todos/as podamos hacerlo con esfuerzo. Lo mismo ocurre con otras habilidades (p.ej., establecer límites, ligar…).
  • Considerar que una característica determina nuestro valor como personas. Ser más alto/a, delgado/a, fuerte, inteligente, hábil para la cocina o el deporte… Revisar por qué asociamos esa cualidad con valía, éxito o felicidad (p.ej. comentarios de personas cercanas, ideales sociales…), puede resultarnos de ayuda para comprender que, con independencia de nuestras características, todos/as somos igual de válidos/as.

En definitiva, es relevante tener presente que, cuando nos comparamos con los demás, no solemos ser justos/as. Aprender a identificar nuestros pensamientos poco objetivos y orientar nuestras acciones hacia lo que para nosotros/as es importante, con independencia de las características o logros ajenos, nos ayudará a sentirnos mejor con nosotros/as mismos/as.

Andrea Collado Díaz

Psicóloga sanitaria. Actualmente, trabaja con población adulta e infanto-juvenil y es tutora de prácticas del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Europea de Madrid.