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Sobre el Eros enajenado: relaciones interpersonales y tardocapitalismo

* En azul y entre paréntesis aparecen varias notas de la autora. Se puede leer más sobre ellas al final del artículo.

 

Sobre la inmediatez

No podemos hablar de inmediatez sin acudir al fenómeno de “expropiación del  tiempo”, por lo que los primeros párrafos irán referidos a este fenómeno. Renán Vega (2012) plantea cómo, en un principio, la expropiación de tiempo en  el capitalismo industrial se encontraba aplicada de forma prioritaria a los obreros en la  dimensión laboral: la concepción del tiempo como entidad concreta y derivada de la  realidad material fue evolucionando hacia un entendimiento del mismo, más abstracto.  Así, cuando esta concepción fue impuesta, los trabajadores “ya no luchaban contra el  nuevo ritmo temporal -el del cronómetro- sino por el acortamiento del tiempo de trabajo,  lo que indica que se había aceptado el nuevo ritmo temporal, abstracto y vertiginoso del  capital”.  

Sobre el fenómeno de abstracción del tiempo, se remite al lector a un pasaje de  Robert Kurz en El absurdo mercado de los hombres sin cualidades

La mayor parte de los instrumentos antiguos de medición del tiempo, como las clepsidras y los  relojes de arena, no indicaban “qué hora es”, sino que se ajustaban a quehaceres concretos,  señalándoles el “tiempo justo”, de manera tal vez comparable a aquellos relojitos de cocer huevos  de hoy en día, que indican mediante una señal acústica cuándo el huevo está pasado y cuándo está  duro. Aquí la cantidad de tiempo no es abstracta sino que está orientada por una cualidad  determinada. El tiempo astronómico del trabajo abstracto, en cambio, es independiente de toda  cualidad, permitiendo, por ejemplo, que el inicio de la jornada laboral se fije “a las seis de la  mañana”, con entera independencia de las estaciones del año y los ritmos del cuerpo. (Kurz, 2014,  p.86) 

Una vez asentada la expropiación del tiempo en la dimensión laboral, se  generalizó el fenómeno al resto de ámbitos de la vida: “En el capitalismo actual la  expropiación del tiempo de la vida se expresa, de manera paradójica, en la falta de tiempo.  Esto es ocasionado por el culto a la velocidad, la aceleración de ritmos…” (Vega, 2012).  

Esta aceleración, de la mano del desarrollo de tecnologías y plataformas online da  lugar a la presión de inmediatez en toda esfera, también en la relacional: “No queda  tiempo para ocuparse de la presencia del otro. Desde el punto de vista económico, el otro debe aparecer como información, como virtualidad y, por tanto, debe ser elaborado con  rapidez y evacuado en su materialidad” (Vega, 2012). 

Aplicado a la cotidianidad, esto se manifiesta en las expectativas que muchos  usuarios mantienen al utilizar plataformas como Tinder o Bumble. Podríamos esbozar un  esquema (1) general de su uso, sintetizado en (1) Match, (2) Conversación de duración  razonable, (3) Cita, (4) Evaluación de la cita, (5) Retorno/No retorno a la aplicación en  función de la evaluación realizada. En el cuarto paso mencionado, en la decisión sobre  volver a tener un encuentro con el otro, se valorará la “química” experimentada  (complicidad, consonancia, puntos en común…). He aquí el problema: la complicidad,  que no es más que una muestra de la armonía relacional fundamentada sobre el  conocimiento del otro y del nosotros, se presenta como variable esperada en el primer,  segundo, tercer, encuentro. 

La expectativa, irreal y alimentada por diferentes productos narrativos (2), se  encuentra abocada al fracaso desde su primera generación: como generalidad, su ritmo  no se ajusta a la naturaleza del fenómeno. En particular: la selección de la persona de la  cita, conjugada con el tiempo invertido en la búsqueda y el convencimiento de cuán  compatible percibes al otro, lleva aparejado un compromiso personal. Es decir, es más  probable que invirtamos más interés y tiempo en esperar descubrir aspectos que  sentencien la adecuación sexo-afectiva con alguien al que hemos seleccionado, que con  otra persona a la que conocemos sin intervención personal alguna (compañero de clase,  amistad de amistad).  

No es sólo ya que se cuente, evidentemente, con la expectativa de éxito relacional (3) a contrarreloj, es que la persona ya se encuentra comprometida con dicho logro incluso  antes de iniciar el contacto.  

Esta promesa da la mano a la motivación corrupta (4) y supone fuente de angustia y  frustración a la persona, que tras haber sido expuesta a historias ficticias  imposibles -modelos en los que basa sus expectativas- no encuentra responsable  más allá de una misma. Así, nos sorprendemos lanzándonos aseveraciones tan  graves como “soy incapaz de enamorarme” o “es imposible que nadie pueda llegar  a amarme”. 

Nótese que la relación es retratada en el amplio sentido de la palabra: no se limita  al encuentro sexual puntual, sino que supone un contexto relacional que lleve a dicho  encuentro. Las diferencias individuales a la hora de relacionarse con la intimidad, la  sexualidad, y requisitos interpersonales para mantener relaciones sexuales, quedan  inscritas también con la colaboración de otras variables, como los roles de género. 

Sobre la liberación sexual

El término liberación presupone una represión, ocultamiento y/o maltrato ya  superado. De hacer un recorrido del tratamiento del erotismo y la sexualidad en la España del siglo XX, encontraríamos que no se empezó a acercar a la población, a través de la  industria cinematográfica, conceptos eróticos y relativos al deseo sexual hasta la década  de los 70 (5). Además, estas primeras píldoras fueron limitadas al desnudo femenino, y no  fue hasta años después, que pudimos encontrar esta lógica también trasladada al cuerpo  masculino (Collado, 2011). 

Estos cambios en la cercanía del erotismo, no acontecieron sin la modificación  (esperable) de pautas de comportamiento asociadas: la época del Destape es la época de  la liberación sexual. Si siguiéramos la lógica de Foucault (6) (2019), podríamos entender la  época de represión franquista como una época de control, de vigilancia de la sexualidad;  como consecuencia, el cuerpo se convierte en uno de los motivos de lucha entre “los hijos  y los padres, entre el niño y las instancias de control”. Así, la “revuelta del cuerpo sexual”  (lo que entenderíamos por el Destape) se pretende alzar como contraefecto, dando lugar  al nicho de mercado relativo a la sexualidad, el cuerpo y el erotismo en todos sus niveles.  

Por tanto, pasamos del control-represión del cuerpo y el erotismo, al control estimulación (“¡Desnúdate… pero sé delgado, bello, bronceado!”) (Foucault, 2019). Por  tanto, por mucho que se haya insistido desde ciertas empresas en la aclamada liberación  sexual, lo cierto es que deberíamos hablar -mejor- en términos de liberalización sexual. 

No podemos, además, obviar qué particularidades ha tenido este cambio de tornas en el  control-estimulación de la población femenina. 

Si volteamos la mirada al siglo XIX, podremos encontrar en la literatura romántica  francesa, una definición aún valida de femme fatale: “criaturas tremendamente hermosas  y atractivas (…) al mismo tiempo, encarnan todos los vicios y son capaces de destapar  todas las armas de seducción con sus voluptuosidades” (Ballester, 2014). La autora añade:  “no sólo se adornan para aumentar su valor como propiedad, sino también para asegurar  su atractivo. Estamos ante un desvío, pues el valor exótico-erótico ya no recaía sobre el  hombre, sino sobre la mujer…”. La figura de la femme fatale aparece retratada como  contrapuesta contra toda moral impuesta, intentando superar el control-represión del  cuerpo. Lo que ocurre, es que el arquetipo se encuentra moldeado y cortado desde el male  gaze: el término de liberación implica un choque frontal contra toda autoridad, pero en  este caso, tiene como único destino y medio la complacencia, voluntaria y libre, del  público masculino. Si complace, empodera. El control-estimulación femenino de la  sobremodernidad tiende la mano al arquetipo de la mujer que se revaloriza en función del  escrutinio masculino: sé exitosa, genuina, sensual, ingeniosa – sé para y por la conquista  de la validación masculina. 

La validación masculina es un muy potente reforzador, incluso para aquellas  personas que no se encuentran atraídas hacia los hombres. Partiendo de la idea de que la  aclamada “libre elección” es una de las farsas más extendidas, puesto que decidimos en  función de nuestra historia de aprendizaje, reglas verbales, expectativas de refuerzo y/o  castigo; llegaremos a la conclusión de que no existe tal voluntad en estéril, y que esta  misma esterilidad supone, del todo, una imposibilidad. 

Carrie Bradshaw (7) elige libremente presentarse como una experta de lo erótico afectivo, inteligente, sexy, ingeniosa, divertida, con una feminidad escrupulosamente  cuidada, para ser consumida -y consumidora- libremente de cuerpos masculinos, sin  ningún objetivo más allá que el propio disfrute. Quien considere que Carrie, por mero  efecto de la casualidad, decide trabajar los atributos que más valorados están entre el  populacho masculino, es porque aún no se ha enterado en absoluto de qué va la historia.  

La validación masculina es un muy potente reforzador, incluso para aquellas  personas que no se encuentran atraídas hacia los hombres. Partiendo de la idea de que la  aclamada “libre elección” es una de las farsas más extendidas, puesto que decidimos en  función de nuestra historia de aprendizaje, reglas verbales, expectativas de refuerzo y/o  castigo; llegaremos a la conclusión de que no existe tal voluntad en estéril, y que esta  misma esterilidad supone, del todo, una imposibilidad. 

Pero Carrie no permanece en Manhattan. Este personaje, retratado como una  mujer libre, independiente, empoderada y exitosa, llega a las televisiones de muchas y diversas mujeres. Y modela: retrata relaciones entre formas de actuación y la obtención  de castigos o refuerzos. Este modelado llega a mujeres, adolescentes y niñas. Pero  también a hombres, adolescentes y niños: ellos aprenden qué esperar y desear, ellas a  cómo conducirse para lograr ese halo de éxito -que no es más que las exigencias y  fantasías de hombres que prescriben a las mujeres. 

No podemos no tener en cuenta la terrorífica implicación del fenómeno de  empoderamiento: la conquista y el pretendido ejercicio de poder en la dimensión sexual  lleva a una práctica masculinizada. El consumo compulsivo de cuerpos y la reificación (8) de relaciones humanas pasan a ser prácticas deseadas y buscadas en ambientes erótico festivos. Bajo el pretexto del “mutuo acuerdo” -como si fuera un contrato más allá de  estas condiciones materiales- se permite y genera una vorágine de insatisfacción  interpersonal, que se pretende resolver con un empoderamiento mayor, y así ad infinitum.

Así, a la mujer se le presenta su liberación sexual como un oasis de bienestar, en  el que la satisfacción con ella misma se circunscribe a las mismas máximas masculinas  de las que huyó en un primer lugar. Por tanto, toda intención de movimiento queda  estancada en un macabro triángulo de Penrose, que no sólo no permite desplazamiento  alguno: ni siquiera posibilita intuir la dirección tomada.  

Como anotación final: insistir en que estamos limitadas a este malévolo circuito – bajo el yugo de la mirada masculina, no implica que toda forma de vida y liberación se vea abocada al fracaso. Conocer la naturaleza del mismo y entenderlo como una  consecuencia histórica más, nos permitirá superarlo parcialmente, y tomar la perspectiva  necesaria para poder observar(nos) desde un prisma más esclarecedor. 

Sobre el singular como no-lugar

Para comenzar, una breve aclaración: el fenómeno descrito, si bien supone un mal  común, no abarca la totalidad de interacciones de los individuos que no cuentan con una  pareja sexo-afectiva, sino que se corresponde estrictamente a las conductas cuya  motivación es reflejada en el texto. 

Para adentrarnos en el significado del no-lugar, habremos de acudir al lugar, y para  acudir al lugar, nos deberemos detener en el espacio.  

Michel de Certeau propone una distinción de espacio y lugar, siendo un espacio  un lugar en gerundio, practicado: recorrido, reflexionado, deambulado. La noción de  espacio es inconcebible sin agentes que se entremezclen y transformen: el sujeto que  recorre, reflexiona y deambula. El lugar vendría a ser constituido por los elementos que  conviven con este movimiento. Augé (1993) concluye: “El espacio sería al lugar lo que  se vuelve la palabra cuando es hablada”. 

Marc Augé (1993) nos presenta la sobremodernidad como fuente productora de  no lugares. Lugar sería el espacio “de identidad, relacional e histórico”, mientras que el  no lugar se acercaría a los puntos de tránsito y las ocupaciones provisionales: “las vías  aéreas, ferroviarias, las autopistas y los habitáculos móviles llamados “medios de  transporte”, (…) movilizan el espacio extraterrestre a los fines de una comunicación tan  extraña que a menudo no pone en contacto al individuo más que con otra imagen de sí  mismo”. El no lugar antropológico sería aquel espacio cuya vivencia se circunscribe al  acto efímero. Una vía de paso hacia, nunca un destino en sí mismo.  

Así, la vivencia en singular -la soltería o mal llamada soledad, supondría un no  lugar relacional. Las aplicaciones de citas suponen un espacio (y un producto fruto de la  presión por encontrar compañía romántica y/o sexual) en el que este fenómeno se nos  muestra en todo su esplendor. La soltería no tiene otro sentido más allá que su propia  negación: así, una vez que una cita sale espantosamente mal, procederemos a volver a  abrir la aplicación en busca de la planificación de otra, con la esperanza de que en la  siguiente (“en esta sí que sí”) encontremos a alguien que realmente nos encaje como  pareja sexo-afectiva, con el grado de compromiso que la persona considere. 

Así, a la mujer se le presenta su liberación sexual como un oasis de bienestar, en  el que la satisfacción con ella misma se circunscribe a las mismas máximas masculinas  de las que huyó en un primer lugar.

Lo problemático (y absurdo) de esta concepción resulta evidente una vez se explicita:  concentrar energías y situar en el centro de nuestras acciones la negación de la propia  condición, es un movimiento arriesgado. No sólo supone fuente de frustraciones:  imposibilita la vivencia de uno mismo en función de otros, para dar paso a la vivencia de  los otros en función de uno mismo. Entendernos como individuos siempre y cuando  seamos escuchados, vividos y relacionados sería una premisa correspondiente a la  vivencia de uno mismo en función de otros. Negarnos y disponer todos nuestros recursos para poder superar una condición a través de otros, correspondería a la segunda, y  supondría una inversión peligrosa, como previamente comentó Augé (1993): “una  comunicación tan extraña que a menudo no pone en contacto al individuo más que con  otra imagen de sí mismo”. 

Paradójicamente, el establecimiento de vínculos se encuentra supeditado a esta otra  imagen de sí mismo, sirviendo de puente hacia la enajenación relacional. Así como el  obrero no es capaz de verse en el producto acabado, el individuo no se ve reflejado en la  relación establecida. Entonces, no es sólo que la experiencia del fenómeno de la auto  negación suponga una concatenación de angustiantes fracasos con un altísimo coste  temporal, es que el producto obtenido estará corrupto desde sus entrañas. 

¿Relaciones mercantilizadas o mercancías relacionadas?

En películas, series, novelas, ensayos, se está empezando a hacer eco de un  sintagma -a mi parecer- peligroso: las relaciones mercantilizadas. Si bien comprendo de  dónde se esgrime (cómo las lógicas mercantiles organizan las relaciones humanas),  considero la noción confusa. 

En primer lugar, porque para hablar de relaciones mercantilizadas, habremos de  contar con un arquetipo relacional que escape de la lógica del Capital. Lo cierto es que la  organización de las relaciones humanas -con sus correspondientes guiones conductuales,  expectativas y asunción de tareas diferenciales por género- no puede quedar situada más allá-de las propias condiciones materiales porque está compuesta y supone un producto  histórico. 

En segundo lugar, ¿es posible que se esté dando no una mercantilización de  relaciones, sino relaciones entre mercancías? La mercancía es la forma general de  producto típica del modo de producción burgués, caracterizada por poseer valor de uso y  valor de cambio. En tanto valor de uso, la mercancía satisface una necesidad determinada;  en tanto valor de cambio, esta mercancía es intercambiable por otras mercancías.  

No obstante, el valor de uso se encuentra supeditado al valor de cambio, es decir,  “toda la producción de valores de uso no es más que un medio, un mal necesario, con  vistas a una sola finalidad: disponer al término de la operación de una suma de dinero mayor que al principio” (8) (Jappe, 2016). Así, las mercancías “deben tener algún valor de  uso y satisfacer alguna necesidad o deseo, pero esos valores de uso son intercambiables” (Jappe, 2016).  

La clarificación de la naturaleza de la mercancía resulta fundamental para la  comprensión de todo fenómeno vital, pues “no hay ningún problema de ese estadio  evolutivo de la humanidad que no remita en última instancia a dicha cuestión” (Lukács,  2013). El problema de la mercancía no se ve circunscrito a la ciencia económica, sino que  ha de entenderse como “problema estructural central de la sociedad capitalista en todas  sus manifestaciones vitales” (Lukács, 2013).  

La reificación de la conciencia del individuo implica la mercancía como única  forma posible de experiencia. En esta máxima quedan retratadas también las relaciones  entre personas: si toda forma de experiencia ha de concebirse estrictamente como  mercancía, no podemos hablar de una mercantilización, cuando ésta implica la existencia de relaciones sociales “estériles” que posteriormente son corrompidas por las lógicas del  Capital. Las relaciones son construidas desde un inicio a partir de la lógica capitalista. 

Así, si bien el uso de “relaciones mercantilizadas” nace con buena intención, no  termina de adecuarse al fenómeno relacional en la sociedad capitalista, por lo que quizá  fuera preferente hablar de mercancías relacionadas.

NOTAS

  1. Este esquema puede variar en función de otras variables, como orientación sexual, roles  de género y su implicación en la aproximación sexoafectiva, etc. 
  2. Películas, series, novelas… 
  3. Sea lo que sea que eso signifique. 
  4. Véase subtítulo Sobre el singular como no-lugar 
  5. La época del Destape no se limita a la esfera sexual, sino también a la política,  religiosa y social, pero no se desarrollará en el presente documento. 
  6. Foucault, M. (2019) Microfísica del poder. (1.a ed.). Siglo veintiuno. 
  7. Carrie Bradshaw es la protagonista del sitcom Sexo en Nueva York.
  8. En alemán: Verdinglichung, literalmente “convertir en” o “hacer cosa”. 
  9. La producción de un par de zapatillas, por lo tanto, no sería pensada con el fin último  de facilitar los desplazamientos, la movilidad, garantizar cierta seguridad o evitar que la  persona no vaya descalza; sino que sería la generación de un beneficio económico.

REFERENCIAS

Augé, M. (1993). Los no lugares: espacios del anonimato (1.a ed.). Gedisa. 

Ballester Maroto, M. J. (2014). La femme fatale en la publicidad del siglo XX. La  popularización de un arquetipo decimonónico. 

Foucault, M. (2019) Microfísica del poder. (1.a ed.). Siglo veintiuno. Jappe, A. (2016). Las aventuras de la mercancía. Logroño: Pepitas de calabaza. Lukács, G., (1984). Historia y conciencia de clase. 

Marx, K. (1979). El capital: Libro I. (7a. ed.–.). México D.F.: Siglo veintiuno. 

Vega, R. (2012). La expropiación del tiempo en el capitalismo actual. Marxismo crítico.  Recuperado de https://marxismocritico.com/2012/12/08/la-expropiacion-del tiempo-en-el-capitalismo-actual/

María Arconada Pintado

Graduada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid y actual opositora PIR. Interesada en el conductismo radical, relaciones interpersonales, filosofía, política y en la persecución de la abolición de toda ciencia. Análisis desde una óptica marxista.