"Ser mujer"
A pesar de no querer romantizar de lo que aquí se va a hablar, ser una mujer es una vivencia fascinante, científicamente hablando.
“Fue gracias a mi madre que empecé a pensarme como una mujer fea”. De esto quisiera escribiros hoy, porque abarca una de las vivencias más violentas y silenciosas que vivimos por el único hecho de ser mujeres. En sexología lo llamamos autocosificación, pero antes de hablar sobre ello, es importante saber de dónde viene este término.
Las autoras Barbara Fredrickson y Tomi-Ann Roberts idearon en 1997 la Teoría de la Cosificación Sexual (TCS) como un marco para entender las consecuencias de ser una mujer en un mundo que nos cosifica sexualmente (ojo, mujer cissexual y mujer transexual, aquí no nos salvamos ninguna).
Tales autoras definieron el fenómeno de la cosificación sexual basándose en la definición de Bartky (1990):
“Es el fenómeno, dentro del fenómeno de la sexualización, que ocurre cuando se separan las funciones o partes sexuales de una mujer de su persona, instrumentalizándola o reduciéndola a dichas partes sexuales […] es la reducción de una mujer a su cuerpo o partes de éste con la percepción errónea de que su cuerpo o partes de este pueden representarla en su totalidad”.
Quisiera hacer un apunte antes de continuar, ya que creo que es justicia histórica. El fenómeno de sexualización es humano, y la historia lo connotó como algo horrible, cuando no es más que una estrategia para entendernos como personas sexuadas, como sexos, y eso es lo más natural del mundo.
El problema viene ahora.
La cosificación sexual ocurre en gran medida desde los hombres hacia las mujeres (he de decir, que muchos estudios ya han comprobado que este fenómeno ocurre también hacia los hombres), fenómeno que las autoras llaman “la mirada cosificadora o sexualizadora”. El filósofo existencialista Jean-Paul Sartre introdujo el concepto de “la mirada”, donde el acto de mirar a otro ser humano crea una diferencia de poder subjetiva, que es sentida por el que mira y por el que es mirado, porque la persona que es mirada es percibida como un objeto, no como un ser humano. La mirada sexualizadora describe, por tanto, una forma de retratar y mirar a las mujeres que da poder a los hombres mientras sexualiza y disminuye a las mujeres.
A partir de aquí, la cosa no mejora. Como podéis imaginar, esta mirada cosificadora ocurre a todas horas y en todos los contextos, y la continua exposición provoca el fenómeno de “autocosificación sexual”. La continua exposición a esta posible mirada “coacciona” a las mujeres a adoptar una mirada peculiar sobre sí mismas. Esta mirada está muy influenciada por la importancia que la construcción social tiene en la imagen que las mujeres desarrollan y construyen de sí mismas. Esto suele denominarse como el “looking-glass self”, que no tiene una traducción concreta al español, pero es un término que se utiliza para describir el fenómeno que ocurre cuando incorporamos como propia la mirada de un observador externo, es decir, entendernos desde la percepción que creemos que otros tienen sobre nosotras mismas.
Esta mirada externa o “mirada sexualizadora” se acaba incorporando a la propia imagen de la mujer, autosexualizándose o autocosificándose, llegando a verse a sí mismas como un objeto para ser apreciado por otros (Fredrickson y Roberts, 1997). Esto es un mecanismo de supervivencia, que además es reforzado por todo el entorno de la niña, la primera, por la madre.
El disfrute de la sexualización ocurre cuando la mujer encuentra la atención sexual basada en su apariencia como positiva y reforzante, lo cual se ha venido relacionando con la percepción de una misma como atractiva, deseable y asertiva en lo referido a lo sexual, lo cual se relaciona directamente con la autoestima y con el sentimiento de confianza al hablar sobre el sexo y los deseos propios.
“Fue gracias a mi madre que empecé a pensarme como una niña fea”. Es posible, probable tal vez, pero no justo. Posiblemente, su madre ya supiera que esta mirada, a la que nunca te llegas a acostumbrar, puede conducir a una forma de autoconciencia caracterizada por la vigilancia habitual del aspecto exterior del cuerpo, bajo la cual la adolescente se convierte en un objeto y se ve a sí misma como un objeto. Y no solo eso, otras de las consecuencias son la vivencia de un tipo de vergüenza y ansiedad muy concretas. Por un lado, la vigilancia corporal habitual fomentada por las culturas que cosifican sexualmente el cuerpo femenino puede llevar a las mujeres a experimentar una vergüenza recurrente, difícil de aliviar y construida como una cuestión de moralidad. Por otro lado, en cuanto a la ansiedad, en este caso concreto se suele hablar de “ansiedad por exposición” (si, si, como una fobia), ya que el hecho de que exista una cultura que cosifica el cuerpo de la mujer hace que existan múltiples oportunidades de ser expuesta a la mirada del otro, lo que aumenta la ansiedad y la necesidad de autovigilancia corporal porque no puedes controlar cuando va a ocurrir, pero sabes a ciencia cierta que lo vas a vivir.
Tal vez una madre llamó fea a su hija, y tal vez sea por una macabra idea del amor. Una madre sabe lo que es vivir sabiendo que te observan, conoce la ansiedad y el miedo, porque quiere gustar, y no quiere eso para su hija.
– Mi niña debe ser muy atractiva, gustar mucho, así disfrutará de que la miren (porque ninguna nos vamos a librar de eso), y no vivirá esto tan horrible que si tuve que vivir yo.
O al menos, así me lo imagino yo.
Y, de hecho, este tipo de actitudes llevan a lo que llamamos “el disfrute de la sexualización”, que es un fenómeno tan fascinante como complicado.
El disfrute de la sexualización ocurre cuando la mujer encuentra la atención sexual basada en su apariencia como positiva y reforzante (Lerum y Dworkin 2009; Liss et al. 2011), lo cual se ha venido relacionando con la percepción de una misma como atractiva, deseable y asertiva en lo referido a lo sexual, lo cual se relaciona directamente con la autoestima y con el sentimiento de confianza al hablar sobre el sexo y los deseos propios (Erchull y Liss, 2014). La atribución de estas cualidades hace más probable que mujeres busquen atraer la atención de los hombres comportándose o uniéndose a más conductas cosificantes, funcionando como un mecanismo para la atracción y una manera de obtener las recompensas que se derivan de ajustarse a los estándares de belleza establecidos (Sáez et al. 2012).
Algunos de estos mecanismos pueden ser el consumo de tabaco y alcohol ya que han sido las conductas que históricamente más se han relacionado con el cuerpo cosificado de la mujer, y, por tanto, participar de estos comportamientos puede aumentar la probabilidad de ser cosificadas sexualmente (Sáez et al. 2012; Szymanski y Henning, 2007), y así sentirse empoderadas al ser apreciadas y admiradas sexualmente por los hombres, ya que son conductas que les atribuye mayor agencia, dominio y poder (Infanger et al. 2016; Sáez et al. 2012).
En la actualidad, a las mujeres se les “obliga” a ser sexuales y además, a disfrutar y alardear de esta sexualidad para describirlas como “mujeres empoderadas”. Esto las lleva, por una parte, a tener que llevar a cabo conductas que les permita describirse de esta forma, por ejemplo, fingir los orgasmos (Fahs, 2011) y, por otra parte, se ha relacionado con una mayor autocosificación, y, por tanto, encontramos la contradicción en una sola persona, por lo siguiente: disfrutar es un mecanismo de supervivencia, que además es tremendamente reforzado y nos permite disfrutar de ciertos premios, sin embargo, para disfrutar, debemos si o si pasar por estrés que deriva en ansiedad debido a la necesidad de llegar a estos estándares, además de lidiar con la culpa que provoca vivir fuera de la “moral normal” por las consecuencias que esto conlleva (Tolman, 2012).
En la actualidad, a las mujeres se les “obliga” a ser sexuales y además, a disfrutar y alardear de esta sexualidad para describirlas como “mujeres empoderadas”.
Y bueno, como colofón, al principio del articulo hablaba de que da igual que seas una mujer cissexual o transexual, pero estoy en la obligación de hacer una matización.
La vergüenza corporal en mujeres trans* es un tema poco estudiado. Debemos tener en cuenta que estas mujeres han sido anteriormente socializadas y reconocidas físicamente como hombres, por tanto, no sería extraño que la vergüenza corporal estuviera relacionada con la internalización de los estándares ideales de belleza femenino. A esto se le une que el hecho de seguir estas imágenes se ha venido relacionando como algo extremadamente favorable: “quien se alinea con estas normas será muy valorada por la sociedad, será popular y aceptada y recibirá muchas oportunidades” (Langlois et al. 2000). Sin embargo, en estudios actuales se ha visto que la internalización de estos estándares se ha relacionado con una mayor insatisfacción corporal y con los sentimientos de vergüenza (Dakanalis et al. 2014; Hoffmann y Warschburger, 2019).
La vergüenza corporal de las mujeres trans tiene que ver con la “mirada sexualizadora” (Lefebvre, 2020), que diferentes estudios han relacionado con la aparición de ansiedad, vergüenza corporal y con sentimientos de inseguridad. Se ha demostrado que la simple anticipación de la mirada masculina provocaba mayores sentimientos de vergüenza corporal y ansiedad por la apariencia (Calogero, 2004). La vergüenza corporal y la inseguridad es un tipo de sufrimiento psicológico que puede llevar al automonitoreo, lo que pueden llevar a conductas de control de peso como el tabaquismo, entre otras (Fiissel y Lafreniere, 2006).
En resumen, decidas lo que decidas, vas a estar jodida. Si pudiera darte un consejo, es que hagas lo que sientas que es más cómodo y fácil para ti, que suficiente tenemos con lo que nos ha tocado.
REFERENCIAS