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Sesgos de género en la atención sanitaria

La salud de hombres y mujeres es diferente y desigual

Los patrones y los procesos de salud son diferentes en función del sexo: existen factores biológicos distintos (anatómicos, genéticos, hormonales, fisiológicos, etc.) que hacen que la salud y los riesgos de padecer alguna enfermedad se manifiesten de manera diferente en mujeres y hombres.

Pero ser hombre o mujer no sólo puede influir en la prevalencia de enfermedades o problemas psicológicos, en la manifestación y expresión de los síntomas, o en el desarrollo de la enfermedad, sino que también puede influir en la voluntad para solicitar asistencia médica o psicológica, en el uso de los recursos asistenciales, e incluso en el tipo y la calidad de atención sanitaria que se recibe (Arenas y Puigcerver, 2009; Benedicto, 2018).

Es por esto por lo que Rohlfs et al. (2000) insisten en que la salud de mujeres y hombres también es desigual; el género, a través de factores psicosociales, influye de manera injusta y desigual en la salud de las personas.

Distintos autores apuntan a que la inequidad de género y la construcción social de los roles de género pueden ser una de las vías por las cuales mujeres y hombres están en una situación de desigualdad sanitaria (Chevron, Quinlan y Blatt 1978; Kawachi, Kennedy, Gupta y Prorthrow-Stith, 1999; Courtenay, 2000).

Roles de género

Los roles de género son modos de conducta que las personas dentro de una sociedad atribuyen como propios de los hombres y de las mujeres (Rohlfs et al., 2000). Los roles construyen el “deber ser” social de los hombres (lo masculino) y de las mujeres (lo femenino) al definir lo que socialmente es “más apropiado” para cada sexo: cómo se debe comportar uno en función de si es hombre o mujer, cómo se debe sentir, cómo debe vestirse, qué gestos son adecuados y cuáles no, cómo puede expresarse, e incluso a qué puede aspirar (Sánchez López, 2013). Así pues, los roles de género influyen en el día a día de las personas, afectando incluso a sus características psicológicas (Courtenay, 2000).

Mientras la masculinidad está ligada a la instrumentalidad y a las actividades productivas, se asocia con la independencia, la acción, el pensamiento analítico y la alta motivación para el logro, y se caracteriza por la fuerza, la asertividad, la competitividad y la dominancia (Anastasiadou, Aparicio, Sepúlveda y Sánchez-Beleña, 2013); la feminidad se encuentra ligada a una elevada expresividad que enfatiza el sentir en lugar del hacer (Chevron et al., 1978). Por ello, el rol de género femenino queda asociado con sentimientos de dependencia, impotencia, pasividad, y se caracteriza por ser dependiente, complaciente y emocional (Anastasiadou et al., 2013).

Es posible que estos roles influyan en la búsqueda de atención sanitaria y en la diferente utilización de los servicios de salud (por ejemplo, puede que las mujeres tarden más en acudir al hospital porque asumen más el rol de cuidadoras). Pero también es posible que, por asumir esos roles, se cometan errores por parte de los profesionales que nos atienden.  

Sesgos de género en la atención sanitaria

Ruiz-Cantero y Verdú-Delgado (2004) definen los sesgos de género como “el planteamiento erróneo de igualdad o de diferencias entre hombres y mujeres – en su naturaleza, sus comportamientos y/o sus razonamientos –, el cual puede generar una conducta desigual en los servicios sanitarios (incluida la investigación) y es discriminatoria para un sexo respecto al otro”.

Los servicios sanitarios y la investigación pueden sesgar su práctica presumiendo erróneamente que la situación de salud de las mujeres y los hombres y sus riesgos son similares o, alternativamente, presumiendo que son diferentes cuando realmente son similares.

Las evidencias encuentran sesgos de género en la investigación, en el diagnóstico (demoras en el diagnóstico y diagnósticos equivocados) y también en el esfuerzo terapéutico (tanto en la utilización de recursos sanitarios como en la aplicación de procedimientos terapéuticos diferentes).

Y es que, aunque generalmente el diagnóstico y el tratamiento se determinan de manera individual, son en realidad el resultado de un patrón complejo de causas que incluyen determinantes sociales. Cuando acudimos al sistema de salud puede ocurrir que los profesionales sanitarios nos evalúen, diagnostiquen e intervengan de manera diferente según nos presentemos como hombre, como mujer, o como sujeto neutro. 

Los profesionales interpretan los síntomas de manera diferente en función de quién los presenta (Sánchez López, 2013). Se ha visto que, ante casos idénticos, los diagnósticos difieren en función de si se trata de un  hombre o una mujer. E incluso se ha visto que las mujeres que acuden al sistema de atención sanitaria pueden experimentar un diagnóstico o un tratamiento diferente según su estatus, poder social y nivel socioeconómico.­

Como consecuencia del diferente diagnóstico, la intervención y el tratamiento que se le da a cada sujeto es diferente, pudiendo perjudicar gravemente la salud de unos y otros al no ofrecerles la atención adecuada y los recursos que realmente necesitan. 

Estos sesgos de género están presentes tanto en la atención médica como en la atención psicológica. Se ha visto que existe una tendencia a la sobremedicalización de psicofármacos en mujeres, junto con una sobreprescripción de terapia en los problemas de salud más prevalentes o exclusivos de las mujeres (Ruiz-Cantero y Verdú-Delgado, 2004).

También se observa que, ante mismos síntomas e igual intensidad de dolor, los síntomas de las mujeres suelen interpretarse más como psicológicos, mientras que los de los hombres se tienden a interpretar más como físicos. Es decir, es más probable que los sanitarios atribuyan los síntomas físicos a factores psicológicos más fácilmente en las mujeres que en los hombres.

Un ejemplo de esto es el infradiagnóstico de infarto agudo de miocardio en mujeres: es más probable que en estos casos a las mujeres se les diagnostique con un episodio de ansiedad y no con un infarto. Ante el mismo problema el hombre tiene mayor probabilidad de ser atendido y hospitalizado, y por tanto de sobrevivir, que la mujer.

Pero los sesgos en el diagnóstico también ocurren en la atención psicológica. Distintos estudios muestran que, ante casos con las mismas características, los profesionales tienden a diagnosticar a las mujeres con personalidades más histriónicas y a los hombres con personalidades más antisociales (Ford y Widiger, 1989).

También ante casos con historias de abusos, existe una tendencia por parte de los profesionales a diagnosticar con TLP (Trastorno Límite de la Personalidad) cuando quien presenta los síntomas es una mujer, y con TEPT (Trastorno de Estrés Postraumático) si quien ha sufrido el abuso es un hombre (Caballo, 2004). De igual modo los casos de depresión  postparto son sobrediagnosticados en mujeres mientras que no se suelen reconocer en los hombres. Todo ello es debido a los roles que socialmente se espera que mujeres y hombres asuman en sociedad.

Necesidad de incluir la perspectiva de género en la atención sanitaria

“Para conseguir los más altos niveles de salud, las políticas sanitarias deben reconocer que las mujeres y los hombres, debido a sus diferencias biológicas y a sus roles de género, tienen diferentes necesidades, obstáculos y oportunidades” (OMS, 2001).

La actitud y la práctica de los profesionales sanitarios son factores clave en los resultados de salud de mujeres y hombres. La probabilidad de que quien tiene un problema de salud sea tratado correctamente es casi nula si queda excluido del proceso de diagnostico adecuado, y disminuye notablemente si no se realizan las pruebas oportunas (Ruiz-Cantero y Verdú-Delgado, 2004).

Los sesgos de género son sesgos sociales corregibles mediante la aplicación de medidas de equidad en investigación y en la divulgación científica, y en la toma de decisiones en la práctica profesional. Una de estas medidas que se pueden tomar en la práctica profesional es la inclusión de la perspectiva de género/feminista.

El término “perspectiva” hace referencia a una forma de mirar algo, tomar una perspectiva determinada implica asumir un punto de vista a partir del cual aproximarse al estudio de cualquier problemática o fenómeno. La perspectiva de género, por tanto, permite estudiar y aproximarse a la realidad teniendo en cuenta cuestiones de género.

El análisis desde la perspectiva de género implica conocer cómo es el proceso de construcción del género y cómo las distintas variables y factores psicosociales afectan de manera diferencial a hombres y a mujeres repercutiendo de forma distinta en su salud física, psicológica y social.

Conocer estos factores y tenerlos en cuenta durante todo el proceso de evaluación y tratamiento, tanto médico como psicológico, permitiría implementar estrategias terapéuticas más adaptadas al desarrollo psicosocial y a las necesidades de cada persona para poderles ofrecer una atención sanitaria eficaz y de calidad.

Adoptar una perspectiva de género permitiría una mejor evaluación, tratamiento y prevención de los problemas de salud, ya que posibilitaría identificar e intervenir sobre factores de riesgo (aquellos generadores de vulnerabilidad o estereotipos con repercusiones negativas para la salud) y de protección (prácticas y habilidades saludables) específicos de hombres y mujeres asociados a la vinculación con determinados roles.

Esta perspectiva es, en realidad, un análisis complementario sin el cual no podríamos comprender del todo el comportamiento humano ni los procesos de salud y enfermedad.

Referencias

  • Anastasiadou, D., Aparicio, M., Sepúlveda, A., y Sánchez-Beleña, F. (2013). Conformidad con roles femeninos y conductas alimentarias inadecuadas en estudiantes de danza. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 18(1), 31-43.
  • Arenas, M. C., y Puigcerver, A. (2009). Diferencias entre hombres y mujeres en los trastornos de ansiedad: una aproximación psicobiológica. Escritos de Psicología,3(1), 20-29.
  • Benedicto, C. (2018). Malestares de género y socialización: el feminismo como grieta. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 38(134), 607-625. doi:10.4321/S0211-57352018000200014
  • Borrell, C., Artazcoz, L. (2008). Las desigualdades de género en salud: retos para el futuro. Revista Española de Salud Pública, 82, 245-249
  • Caballo, V.E. (2004). Manual de Trastornos de la Personalidad. Descripción, Evaluación y Tratamiento. Madrid: Síntesis. ISBN: 9788497562102
  • Chevron, E. S., Quinlan, D. M., y Blatt, S. J. (1978). Sex roles and gender differences in the experience of depression. Journal of Abnormal Psychology, 87(6), 680-683.
  • Courtenay, W. H. (2000). Constructions of masculinity and their influence on men’s wellbeing: a theory of gender and health. Social Science & Medicine, 50. 1385-1401.
  • Kawachi, I., Kennedy, B.P., Gupta, V., y Prothrow-Stith, D. (1999). Women`s status and the health of women and men: a view from de States. Social Science & Medicine, 48, 21-23. DOI: 10.1016/s0277-9536(98)00286-x
  • Ford, M.R., y Widiger, T. A. (1989). Sexo bias in the Diagnosis of Histrionic and Antisocial Personality Disorders. Journal of Consulting and Clinical Psychology,57(2), 301-305.
  • Organización Mundial de la Salud y Ministerio de Sanidad y Consumo (2001). La equidad de género en la salud mediante el mainstreaming: La necesidad de avanzar. Declaración de Madrid 2001.
  • Ruiz-Cantero, M. T., y Verdú-Delgado, M. (2004). Sesgo de género en el esfuerzo terapéutico. Gaceta Sanitaria, 18(Sumpl 1), 118-125.
  • Rohlfs, I., Borrell, C., y Fonseca, M. C. (2000). Género, desigualdades y salud pública: conocimientos y desconocimientos. Gaceta Sanitaria, 14(Supl.3), 60-71.
  • Sánchez López, M. D P. (2013) La salud de las mujeres. Análisis desde la perspectiva de género. Madrid, España: Síntesis

Marta Montes Quevedo

Psicóloga general sanitaria en continua formación. Actualmente trabajo realizando terapia de manera online y presencial en Madrid desde una perspectiva científica y de género.